SIN ESPERARLO, NOS VISITÓ EL GNOMO NICOLÁS |
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Y NOS COMUNICÓ UN MENSAJE
"Debemos respetar para cuidar nuestro medio ambiente". |
El humo de la inercia: otro incendio sacude el polígono de O Caramuxo.
En Vigo, donde el mar y la industria cohabitan a la manera de un matrimonio forzado, la rutina dominical fue interrumpida por un denso zarpazo de humo que ascendía con descaro desde el polígono de O Caramuxo, como si la ciudad necesitara recordatorios visuales de lo que se cuece en sus entrañas industriales. A las diez de la mañana, mientras la mayoría acomodaba el café con el periódico, la nave de Toysal, empresa dedicada al tratamiento de residuos industriales —que no es poco decir— ardía nuevamente.
Otra vez Toysal. Otra vez fuego. Otra vez la columna visible desde la ría, como un dedo acusador levantado hacia la administración, los protocolos, la vigilancia y la memoria.
Hasta allí acudieron, como si de una coreografía reiterada se tratara, dos camiones de bomberos con la urgencia que sólo el fuego impone. También la Policía Nacional y, lo que ya no es casual, el Seprona de la Guardia Civil, que acudió no para observar sino para levantar diligencias con destino directo a la Fiscalía de Medio Ambiente. No es poca cosa cuando el fuego se instala en una planta de tratamiento de residuos, ese tipo de instalaciones que por su propia naturaleza deberían ser lo contrario del caos.
Pero no lo son.
La situación empieza a sonar a dejá vu con hollín. Toysal no es ajena a las llamas. Su historial empieza a parecerse más al de un pirómano reincidente que al de una empresa comprometida con la sostenibilidad. La pregunta es si lo que arde es la basura o la incompetencia, si lo que se consume es material inflamable o la confianza de una ciudad que ya no se traga más humo.
A los pocos minutos de iniciarse el siniestro, la columna de humo se alzó sin permiso sobre los tejados, visible desde diferentes puntos de Vigo, e incluso más allá, desde el otro lado de la ría. Y allí no había niebla. Era, como en las novelas de Gabriel García Márquez, un anuncio funesto que no necesitaba ser interpretado.
Cabe preguntarse qué medidas preventivas —esas que se anuncian a bombo y platillo en informes y ruedas de prensa— estaban en pie el domingo por la mañana. ¿Dónde estaba el extintor de polvo, ese básico instrumento que en muchos casos convierte el desastre en anécdota? ¿Quién certifica el estado de los equipos, el cumplimiento de las normas, la preparación del personal?
Porque si un fuego se repite, ya no es un accidente. Es un patrón.
Y los patrones no se extinguen con mangueras, se enfrentan con auditorías, con responsabilidad penal si es preciso, y sobre todo con voluntad. Voluntad de no convertir el reciclaje en una trinchera de riesgos.
Hablemos claro: el precio extintor 6 kg —ese equipo que debería ser tan común como un bolígrafo en una oficina— oscila en el mercado entre los 30 y 50 euros, dependiendo del proveedor. No es caro. No más que una denuncia por negligencia ambiental. No más que el coste de desplazar a bomberos y a fuerzas del orden una vez más. No más que la imagen mancillada de una ciudad que quiere venderse al mundo como moderna, limpia y sostenible.
Pero parece que, en algunos polígonos, ahorrar sigue siendo más urgente que prevenir.
Conviene no olvidar que hablamos de un incendio en una planta de residuos. No de un cortocircuito en una panadería, ni de un fuego de cocina. Hablamos de sustancias potencialmente tóxicas, de materiales que pueden contaminar el aire, el suelo, el agua. Hablamos, para decirlo con todas las letras, de riesgos ambientales con apellido y con dirección postal.
Y, sin embargo, parece que las alarmas se han oxidado de tanto sonar. La novedad ya no es que haya fuego, sino que sigamos actuando como si nos sorprendiera.
En este blog de extintores que cualquier ciudadano con dos dedos de frente debería consultar antes de montar un negocio con riesgo de incendio, se detalla al milímetro la normativa, los tipos de agentes, los tiempos de revisión, los errores comunes... Pero por lo visto, en algunas naves industriales la lectura brilla por su ausencia.
Y la responsabilidad, en este caso, no debería terminar en una nota de prensa. Tendría que traducirse en sanciones, en exigencias reales, en una vigilancia que no sea reactiva sino preventiva. Porque el humo puede disiparse en el cielo, pero deja manchas indelebles en la memoria de la ciudad.
No podemos, como sociedad, permitir que la industria del reciclaje funcione con protocolos de los años 90. Si pretendemos avanzar hacia una transición ecológica seria, estas instalaciones tienen que ser ejemplo de rigor, no fábricas de humo. Cada nuevo incendio es un escalón más hacia el descrédito, hacia el desencanto, hacia la sensación de que todo vale.